Volver a clase en Venezuela, un reto casi imposible: cada vez menos maestros y útiles escolares a precios inalcanzables

Los salarios docentes so tan bajos que muchos maestros dejaron de trabajar y otros se han marchado del país. Algunos padres comanzaron a tomar su lugar en las escuelas venezolanas (Juan Manrique)
Los salarios docentes so tan bajos que muchos maestros dejaron de trabajar y otros se han marchado del país. Algunos padres comanzaron a tomar su lugar en las escuelas venezolanas (Juan Manrique)

El regreso a clases parece un imposible en la Venezuela de estos días. Volver a llenar los cuadernos con fórmulas matemáticas y apuntes de historia no aparece dentro de las prioridades de los padres que siguen empeñados en sobrevivir. La crisis económica arrolla, no hay respiro. La carrera por comprar alimentos supera cualquier esperanza de hacer esfuerzos por algo diferente. La frase repetida en los pasillos y oficinas es “no he comprado nada para el colegio de los muchachos”. Muchos se plantean la posibilidad de no mandar a sus hijos de vuelta a clases. Una tragedia.

El salario de los venezolanos sigue estancado en 40 mil bolívares (menos de dos dólares mensuales), mientras que una libreta puede costar hasta 140 mil bolívares (6 dólares). ¿Cómo hace un trabajador para comprar los útiles escolares y los uniformes?, los textos para los adolescentes superan los 800 mil bolívares (36 dólares) y los zapatos deportivos no bajan de 250 mil (11 dólares). Este simple repaso hace que la alegría de regresar a la escuela se convierta en una pesadilla.

En la acera de enfrente están los maestros y las maestras, con un rosario de reclamos y un mar de dudas. En julio, cuando se acabó el período escolar, el sentimiento del magisterio era de duelo. La mayoría decidió migrar de país o de profesión. En el aeropuerto de Santo Domingo del Táchira me encontré a un docente vendiendo café y pasteles. Él no va a regresar a la escuela, “la cosa está muy dura hermano”, me dijo con su acento de gocho. Se pasa los días hirviendo agua y trasteando con los peroles de una cafetería instalada en la entrada del terminal que a duras penas alberga unos pocos vuelos semanales. “Yo trabajé bastante tiempo en una escuela de Fe y Alegría, pero no da. Aquí todo es en Pesos colombianos y ese sueldo que pagan no alcanza para nada”. Sentenció, y dejó bien claro que no volverá a los salones porque se moriría de hambre.

Futuro incierto

El gobierno de Maduro -como en otros casos-, se apura y dice que la vuelta a clases será una fiesta, un derroche de alegría y color. Anuncia la entrega de morrales y útiles escolares para los millones de niños que regresan a los salones. Sin embargo, la realidad lo desmiente. No hay color ni alegría, no hay morrales para todos y los útiles son un monumento a la escasez y la mala calidad. Justo cuando escribo estas líneas leo una convocatoria de los docentes que llaman a paro y a protestar el próximo 16 de septiembre. Me asusta el destino de los dirigentes, con suerte será de bombas lacrimógenas y represión. Ojalá no vayan a parar a una cárcel.

Rayos de luz

Hay quienes dicen que la luz que se ve en medio del túnel no es otra cosa que la locomotora acercándose a toda velocidad para embestir sin remordimientos al que deambula por la penumbra de la desgracia. Pero también hay otros que se empeñan en mostrar un rayito de ilusión a los que sienten los rieles del tren triturándoles las costillas. Me refiero, en este caso, a los necios que no tiran la toalla y se envalentonan para hacerle frente a los que pisan el acelerador de la aplanadora. En estos días los he visto promocionar campañas para recolectar cuadernos y lápices. Zapatos y pantalones. Apelan a la corresponsabilidad y la solidaridad de los que tienen poco, pero lo entregan todo. Se me arruga el corazón de solo pensar en esa gente que se quita el pan de la boca para dar futuro a los niños condenados por la estupidez adulta.

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