En un mundo donde la tecnología, las redes sociales y la inmediatez informativa permiten respuestas ágiles, sorprende que en pleno siglo XXI aún haya comunidades en Europa, como Valencia y sus alrededores, devastadas por fenómenos meteorológicos debido a la falta de planes de prevención y respuesta. La DANA, un término técnico que se refiere a la «Depresión Aislada en Niveles Altos», es un fenómeno atmosférico que se caracteriza por la presencia de una masa de aire frío en niveles altos de la atmósfera, que al entrar en contacto con el aire cálido y húmedo de la superficie genera lluvias intensas y persistentes. Estos episodios, cada vez más comunes y destructivos debido al cambio climático, pueden producir lluvias torrenciales, inundaciones y deslizamientos que ponen en peligro tanto a comunidades enteras como a la infraestructura de una región.
A pesar de los avances en la meteorología, la DANA y otros fenómenos climáticos extremos continúan teniendo consecuencias devastadoras, y los recientes acontecimientos en Valencia y otras comunidades españolas son testimonio de ello. Según medios como El País y La Vanguardia, los efectos de la DANA dejaron a familias atrapadas y provocaron daños millonarios, sin mencionar la pérdida de vidas humanas. El problema de fondo no es únicamente la magnitud del fenómeno, sino también la insuficiencia de los planes de emergencia y la falta de recursos y coordinación en la respuesta ante estas situaciones.
En situaciones de desastre, la coordinación y la planificación son fundamentales. Sin embargo, los testimonios de la población afectada reflejan que, una vez más, fueron los países vecinos quienes respondieron primero, mientras las autoridades locales no lograban actuar con la rapidez necesaria. Este hecho evidencia la importancia de contar con un sistema de gestión de riesgos bien estructurado y de equipos de respuesta que puedan movilizarse de inmediato para cubrir cada zona afectada.
La solidaridad de la población también desempeñó un papel clave. En medio de la tragedia, muchos ciudadanos se unieron a las labores de rescate, actuando como primera línea de respuesta en ausencia de medios adecuados. Esta muestra de unidad y altruismo es valiosa y digna de reconocimiento; sin embargo, no puede reemplazar una gestión de riesgos eficiente ni una planificación de emergencias sólida y coordinada.
El cambio climático y la inevitabilidad de los fenómenos naturales
El cambio climático no es una hipótesis lejana, es una realidad que afecta a todas las regiones del planeta, aumentando la frecuencia y severidad de eventos extremos. Los fenómenos atmosféricos como huracanes, inundaciones y sequías son cada vez más comunes y se detectan con suficiente antelación, gracias a los avances tecnológicos, pero aún no pueden ser evitados. Precisamente por esto, la preparación es crucial. Las autoridades y la población deben familiarizarse con los niveles de alerta y los procedimientos de evacuación, así como con las medidas de autoprotección que pueden reducir el riesgo de daños y pérdidas de vidas. Cada comunidad y cada país debería contar con un plan de emergencia que contemple desde las acciones preventivas hasta los pasos a seguir en el momento del desastre.
Como en España, en la República Dominicana también existe una gran falta de conciencia y gestión de riesgos. Cada año, fenómenos como huracanes y tormentas causan inundaciones y, lamentablemente, muchas veces vidas se pierden debido a la falta de preparación o a la imprudencia. Recuerdo vívidamente cómo mi familia y muchas otras en San Juan lo perdieron todo tras el paso del Huracán George en 1998. En aquel momento, no había planes de emergencia adecuados ni un sistema de comunicación claro para alertar a la población sobre la magnitud del desastre. Esa experiencia me dejó una enseñanza profunda: el poder de la naturaleza es incontrolable, pero la prevención y la educación pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Los organismos de emergencia deben fortalecer la educación en gestión de riesgos desde las escuelas y crear conciencia de que cualquier fenómeno puede tener consecuencias graves si no se toman las precauciones necesarias. Además, los medios de comunicación y las redes sociales deben ser utilizados como canales efectivos para informar de forma precisa y oportuna, evitando tanto la desinformación como el pánico. Las instituciones tienen el deber de brindar a la ciudadanía la información necesaria para tomar decisiones informadas y actuar con rapidez.
Es imprescindible que tanto en España como en la República Dominicana y en cualquier parte del mundo se tomen medidas a corto, mediano y largo plazo para mejorar la gestión de riesgos y la respuesta a emergencias. Las autoridades deben invertir en equipos de rescate, capacitar al personal de emergencia y mejorar los sistemas de alerta temprana. Al mismo tiempo, se deben fomentar los planes de emergencia a nivel comunitario y familiar, pues todos tenemos un papel en la prevención.
Finalmente, los gobiernos y las organizaciones deben ver la gestión de riesgos no como un gasto, sino como una inversión en la seguridad y el bienestar de sus ciudadanos. Como bien señaló una reciente publicación en El Mundo, “la prevención salva vidas y evita tragedias irreparables”. Es hora de que la gestión de riesgos y la planificación ante desastres se conviertan en una prioridad global. La naturaleza seguirá su curso; el reto está en nuestra capacidad para prepararnos y, en la medida de lo posible, reducir los impactos de sus efectos.
Por Patricia Rosado