Santo Domingo, RD.- “Siéntense”. Fue lo primero que dijo a sus visitantes, la protagonista de esta historia. “Esto va para largo. Eso que a mí me pasó es algo grande, pero para la gloria de Dios sigo viva, y tratando de echar hacia delante con mi hija que no tiene la culpa de nada”. Ella es la madre de una niña de cuatro años y medio, fruto del abuso sexual que cometió su tío y padre de crianza.
Solo saber que vas a mirar a los ojos a alguien que carga con un drama de esta categoría, arruga el corazón. El traje de periodista no es lo suficientemente fuerte para evitar que este sentimiento traspase los sentidos. Pero nada, había que hacer la entrevista.
Procede a tomar su asiento. Y no pierde tiempo en comenzar por el principio. “Les puedo decir que somos tres hermanos. Yo soy la del medio. Tenía siete años cuando mi papá murió en un accidente. Ya mi hermana mayor se había ido con el novio cuando solo tenía 14 años. Mi hermanito menor necesitaba mucho cuidado y mi mamá quedó mal de la cabeza cuando papi se mató”.
Así como están los puntos de estas oraciones, habló la joven que hoy tiene 27 años. Lo hacía con pausa, unas veces para asegurarse de que se entendiera el relato, y otras porque el llanto estaba en su contra. Fue posible entender que, aunque aparentemente normalizada la situación, un dolor profundo la acompaña. Si no lo cree, lea esta cita: “Él abusó de mí y yo lo tenía como a un padre. Acepto esta niña, pero no puedo borrar esta situación que me marcó para siempre”. Contiene el llanto y se hace la fuerte, pero su semblante delata su dolor. A pesar de la horrenda prueba, no apoya el aborto, ni con ni sin las causales. “Esta es una decisión de cada quién, pero soy como dice la licenciada, provida”.
Prosigue con su relato: “Recuerdo que el día que él nos buscó, allá en el campo, nos pusimos felices porque vendríamos a vivir a la capital con el hermano de mi papá que tenía cuartos, o que vivía mejor, vamos a decir. Como le dije, yo tenía siete años, y siempre me trató como a su hija, pero cuando comencé a formarme, empezó a manosearme”. Llora desconsolada la madre de la niña que correteaba por la galería donde se desarrollaba la conversación. Tenía un vestido de flores rosado y amarillo, y tres colitas que se movían al compás de su vaivén.
Calmada, retoma el tema con unas marcadas ‘rs’ al hablar que evidencian que es del Sur. La persona que condujo a LISTÍN DIARIO hasta el lugar, le pasó un papel toalla para que se secara las lágrimas, lo toma y agradece. “Cuando yo tenía como 15 años intentó abusar de otra forma. Se lo conté a la esposa y me dijo que yo lo que estaba buscando era que me botaran de la casa. Y jamás dije nada, porque no quería volver al campo”. Luego de un corto silencio admite que ese fue su error. Como en otros muchos casos, se culpa de las acciones de su victimario.
Tal vez al periodista no le corresponde opinar, pero fue inevitable decirle: “usted no es la culpable, usted es la víctima”. Había que llorar porque la impotencia a veces es más fuerte que la razón. Ella bajó la cabeza y aceptó.
Llegaron las amenazas
Luego de unos minutos de recobrada la “tranquilidad”, la madre abusada por su papá de crianza y tío de sangre, dice con pesar: “Después que hablé con esa dizque tía y mamá, porque así era que la consideraba, noté que mis primos me veían de otra forma, ni me saludaban… Una tarde llegué de la escuela y me puse a lavarle la ropa a mi hermanito, que ya tenía 14 años. No me di cuenta que estaba sola, y ese hombre llegó y me entró a un sanitario que estaba cerca del lavadero. Me dijo que si gritaba, me mataba a mí y a mi hermano. Ahí me hizo mujer”.
La tristeza se adueñó del lugar, y ella, como Dios la ayudó después de tanto llorar, terminó de contar su historia. “Me quedé callada y me escapé con mi hermano para donde la familia de mi mamá. Él fue y nos buscó y volvió a decirme que si hablaba me iba a pasar algo muy malo. No me volvió a tocar para que yo creyera que había cambiado, pero un día, ya yo con 17 años, me dijo: ‘es que tú te ves tan bien, tú me gustas demasiado’. Qué asco tan grande me dio. Me violó de nuevo y de ahí en adelante mi vida fue un infierno, no podía ni ir a la escuela. Solo llegué a segundo del bachillerato. Guardé silencio, pero a los 22 años salí embarazada. Nunca dije de quién era para proteger a mi hermano y a mí misma. A los 23 se lo confesé a una hermana de mi mamá, y ella lo denunció y lo metieron preso”.
Hoy tiene su hija y ha aprendido a vivir con lo que le ha tocado. Es fuerte, pero insiste en que: “No estoy de acuerdo con el aborto bajo ninguna circunstancia”. Así de contundente lo hace saber.
Redacción Listín Diario