Sinceramente he llegado a detestar a aquellos que siempre están con un pie del otro lado de la puerta, aquellas personas que no saben comprometerse, que siempre tienen miedo, que dicen amarte pero en realidad no se atreven, porque les falta el valor para poder entregarse como se debe, porque no son capaces de lidiar con una futura desilusión, porque son unos cobardes que esperan que todo lo haga la otra persona, pero en el amor nadie puede hacer la parte del otro. Este tipo de personas garantizan un fracaso absoluto, porque la relación siempre dura solo lo suficiente para que la otra persona que esta sola en el camino, que aquel que dice acompañarle realmente se ha quedado sentado muy por detrás de ella y en realidad nunca será capaz de alcanzarle, porque se ha agazapado en el miedo y la miseria de saberse cobarde.
Pero también hay personas como yo, que se aferran demasiado a una relación por más que duela, personas que no son capaces de aceptar la realidad que tienen de frente, personas a las que les convencen más las palabras de su pareja que aquella realidad que les atropella, que aquel dolor que les hiere en el pecho desde hace mucho tiempo, y con una bandera maltrecha llamada esperanza sigue de frente a pesar del dolor, somos kamikazes del amor, que nos destruimos por amar un instante más, personas egoístas que se creen tan grandes, tan importantes, tan fuertes, como para con solo esfuerzo y amor llegar a cambiar a la persona que tenemos en frente, y una vez que nos hemos decidido a amar no hay nadie capaz de detenernos, nadie excepto aquel a quien amamos o una cruel realidad contra la que muchas veces terminamos estrellándonos.
Los extremos nunca han sido buenos, y a pesar de que lo sabemos, seguimos actuando polar mente, queremos ser o buenos o malos, arriesgados o cobardes, tontos o inteligentes, cuando en realidad nadie puede ser así, en la vida nadie es completamente algo, todos estamos en algún punto entre dos polos opuestos, y mientras más centrados estemos, más objetivos seremos, tendremos más oportunidades de lograr lo que buscamos porque sabremos en que momento vale la pena luchar hasta inmolarnos y en que batalla simplemente no nos conviene involucrarnos, seremos capaces de cambiar la dirección de nuestros pasos tan pronto veamos que no nos estamos dirigiendo hacia donde querremos, y sabremos también enfrentarnos a los demonios que se nos pongan en frente cuando obstaculicen el camino que nos lleva a nuestras verdaderas metas.