Con el corazón puesto en el folklore

Desde el año 1968 estoy trabajando y disfrutando del folklore. Lo hago de todas las maneras posibles, en todos los lugares, incluyendo cuando me levanto, aso un plátano y lo majo con un pilón viejísimo, echándole un diente de ajo y un chin de sal, o cuando elaboro unas habichuelas con dulce y se las llevo a mi vecina, o cuando se me terminó la cebolla y voy a buscar una adonde la otra vecina. Por eso es que cuando recalco con fuerza que tengo 56 años trabajando el folklore es porque ese tiempo se lo he dedicado con alma, corazón y vida, como dicen Los Panchos: ‘Alma para conquistarte, corazón para quererte y mi vida para vivirla junto a ti’. Eso he hecho con el folklore y por ese motivo nunca lo escribiría con (c), quiero escribirlo con las letras originarias, precisamente porque lo amo así.

 Mantener la dominicanidad

Estoy divinamente feliz porque, hablando de las costumbres y las tradiciones, conocí hace unos años al doctor Frank Morales, autor del libro ‘El mangú’, y del ‘Aiguna palabra dominicana, un mataburro cibaeño’. Conecté con él por su sencillez y por el recuerdo que tiene de sus años mozos en su República Dominicana, que lo lleva prendido del alma, además de estampar en sus libros esas experiencias recogidas de amigos y compueblanos que aún conserva su amistad, para reafirmar con más fe su dominicanidad, aunque tenga más sesenta años viviendo en Estados Unidos.

Multiplicando saberes

Así como don Frank, quiero seguir aportando a mi país, porque debemos dejar un legado para las nuevas generaciones. No creo que debo estar a expensas de empresas o instituciones mendigando o “josiando” para que me contraten. Sigo compartiendo mis saberes empíricos en las redes sociales, periódicos, etcétera, que nadie me lo puede arrebatar, porque son vividos por mí en la cotidianidad, ya que cada día aprendo con la gente de mi entorno y lo voy replicando.

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