Los cambios producidos por el desarrollo tecnológico han posibilitado una mejoría notable en la salud, alimentación, vivienda, educación, confort y seguridad de los seres humanos. Por su impacto y masificación, las nuevas tecnologías de la información y comunicación son la nueva diosa, a la cual la humanidad se le hinca y reverencia con desbordante fascinación.
Los avances científicos y tecnológicos ocurren a una velocidad inusitada. La cantidad de información y conocimientos a los que puede acceder en un solo día una persona hoy equivale a la totalidad que durante toda su vida podía lograr un ser humano hasta hacen veinticinco años atrás.
El uso de las computadoras adquiere un sitial cimero en el funcionamiento de todo el sistema social y económico del planeta, al margen de los dogmas y moldes religiosos, políticos, éticos y culturales.
El ser humano del siglo XXI se aferra a la tecnología dándole un valor inconmensurable -que sí lo tiene-, pero se ha olvidado del humanismo, que es su verdadera esencia.
Nos toca vivir en un entorno de supremacía de la tecnología, que estimula la deshumanización, trastocando las formas de intercambio social que han existido.
Todos los efectos de este nuevo fenómeno no lo sabemos aún, pero de lo que tenemos evidencia es que las aplicaciones tecnológicas y su uso intensivo como recurso de comunicación, está quebrando la socialización primaria, la comunicación familiar, el roce e intercambio, y el compartir entre los miembros del núcleo familiar.
Los ritos sociales y la socialización en general son muy diferentes a como venía ocurriendo durante milenios, ante la irrupción, por ejemplo, de las llamadas redes sociales digitales.
La tecnología es la pasión de todos, de niños y mayores, quienes se arriman a estas plataformas, los primeros con gran facilidad, y los últimos con miedo y a veces con torpeza, pero igual de fascinados.
Se trata de una ruptura con las formas tradicionales de la interacción social, dando cuerpo a un nuevo paradigma de búsqueda hacia afuera de relaciones y “amigos”, en un entorno desprovisto de la calidez y proximidad, donde la despersonalización es el sello distintivo.
Las redes sociales potencializan la comunicación hacia el exterior de la familia, por eso los niños y jóvenes permanecen largas horas ensimismados en su dispositivo (Smartphone, Tablet o PC), mientras escasamente le dirige la palabra a padres o hermanos, o las esposos/as o novios/as cenando en un restaurant o en la residencia, prefieren estar conectados en su teléfono o dispositivo tecnológico, que mirarle la cara y conversar con su pareja.
Es tal la predilección por los medios tecnológicos y las redes sociales, que el fenómeno puede convertirse en patológico. En ese sentido, los psiquiatras han identificado una nueva enfermedad: adicción tecnológica.
Nos acercamos, sin ser determinista ni pesimista, al fin de la comunicación directa cara a cara entre las personas, por el predominio de la relación artificial, producida a través de las máquinas tecnológicas en boga en la actual era digital.
Detrás de la producción de tecnologías están los dominadores del mundo, mientras los países pobres, que constituyen la mayoría del planeta, son solo consumidores.
Asimismo, probado está, gracias a Edward Snowden, que la Agencia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos, conocida por sus siglas NSA, ejecuta programas de vigilancia masiva de los ciudadanos del mundo a través de toda la plataforma digital. Quiere decir, que los
Estados Unidos conoce el más mínimo detalle de todo cuanto usted escribe o informaciones que usted recibe o intercambia a través de las redes, operaciones bancarias, compras, donaciones…todo sobre usted.
La rigidez en el manejo de las licencias para el uso de productos tecnológicos es una gran traba para los países pequeños, que para acceder a los mismos están compelidos a hacer onerosas inversiones.
Estas nuevas formas de comunicación han sumergido en crisis el humanismo.
El autor es Profesor UASD.