Con apenas 60 ventiladores para 11 millones de personas, Haití es la nación más vulnerable al coronavirus en las Américas. Mientras muchos países tendrían dificultades para lidiar con una seria propagación del COVID-19, Haití quizás nunca se recupere de una.
La realidad dentro de las unidades de cuidados intensivos en Haití es aún más sombría que el número anterior -según lo expuesto en un estudio del 2019-. De acuerdo con Stephan Dragon, un terapetua respiratorio en la capital, Puerto Príncipe, el número real de ventiladores es más cercano a los 40, y quizás 20 de esos no están funcionando.
“También estamos muy, muy limitados en cuanto al grupo de doctores que pueden operarlos”, dijo el señor Dragon.
El gobierno haitiano ha intentado recientemente comprar el muy necesitado equipamiento -desde ventiladores a PPE (mascarillas, capas, guantes, cascos), incluyendo miles de mascarillas de Cuba- pero los expertos de la medicina como el Sr. Dragon temen que sea muy poco y muy tarde.
“Para decirle la verdad, no estamos para nada preparados”, dijo.
Hasta ahora, esta pequeña y empobrecida nación solo ha registrado tres muertes por el virus y 40 casos confirmados, pero muchos más podrían no estar siendo reportados, especialmente en áreas remotas.
Los niveles de pruebas son y la aplicación del distanciamiento social como mucho es inconsistente. La población haitiana también sufre altos niveles de diabetes y otras condiciones de salud; un brote mayor del virus pondría una tensión insoportable en un sistema de salud ya colapsado.
La capacidad de respuesta de Haití se ve frustrada por sus dificultades económicas. Cerca del 60% de los haitianos viven por debajo de la línea de la pobreza y muchos se enfrentan a una cruda elección: o continúan con sus días habituales y se arriesgan a contraer el COVID-19, o se quedan en sus casas, como aconseja el gobierno, sin poder poner comida en sus mesas.
No extraña que muchos se arriesguen.
Este es el dilema al que se enfrentan varios ciudadanos haitianos, como por ejemplo, Jean Raymond, quien vive en Furcy, una zona montañosa con su esposa y dos hijos, y se dedica al negocio de taxi con su moto.
“Es imposible para mí no dejar la casa”, él dice. “Si estoy obligado a quedarme en casa, qué comeremos?”
La esposa de Raymon, Luccienne criticó al gobierno por no ayudar lo suficiente en la comunidad. “Queremos respetar las reglas, pero no podemos”, ella dice. “Veo lo que otros gobiernos hacen en otros países, pero aquí no están haciendo nada.”