La pandemia de COVID-19 ha trastornado la vida de las familias de todo el mundo. En los 12 meses que han pasado desde que se declaró la pandemia, el progreso ha retrocedido en prácticamente todos los indicadores importantes relativos a la infancia y los niños se están enfrentando a una nueva normalidad devastadora y distorsionada.
En el último año se ha registrado un aumento de los niños que pasan hambre, están aislados, son víctimas del abuso o sufren ansiedad. La educación de cientos de millones de niños se ha interrumpido. El acceso a los servicios de protección y de salud, incluida la vacunación sistemática, se ha visto gravemente restringido. La pandemia también está afectando a la salud mental de los niños y está llevando a las familias a la pobreza. Este tipo de alteraciones sociales y económicas pueden aumentar las probabilidades de que se produzcan matrimonios infantiles.
Si bien cabe destacar que se están produciendo avances vitales en lo que se refiere a la distribución de las vacunas contra la COVID-19, los últimos datos publicados por UNICEF revelan las consecuencias devastadoras que la pandemia está teniendo para los niños:
Las escuelas de más de 168 millones de estudiantes de todo el mundo llevan casi un año cerradas. Dos terceras partes de los países donde las escuelas han cerrado total o parcialmente se encuentran en América Latina y el Caribe.
Se prevé que la pobreza aumente: en un informe publicado en noviembre de 2020, se estimaba que el número de niños que vivían en hogares pobres desde el punto de vista financiero podía aumentar en 140 millones antes del final de ese año.
En noviembre de 2020, en 59 países de los que se dispone de datos, los refugiados y los solicitantes de asilo carecían de acceso a cualquier tipo de medida de protección social relacionada con la COVID-19 debido al cierre de las fronteras y el auge de la xenofobia y la exclusión.
Al menos uno de cada siete niños y jóvenes vivió confinado en su hogar durante gran parte de 2020 y, como consecuencia, sufrió ansiedad, depresión y aislamiento.
Antes de que acabe esta década, es posible que tengan lugar unos 10 millones de matrimonios infantiles más que podrían anular años de avances en la reducción de esta práctica.
En noviembre de 2020, se estimaba que otros 6 o 7 millones de niños menores de cinco años podrían haber sufrido emaciación o malnutrición aguda en lo que iba de año: un aumento del 14% que podría traducirse en más de 10.000 muertes infantiles más al mes, sobre todo en África Subsahariana y Asia Meridional. Además, la disminución del 40% en los servicios de nutrición dirigidos a mujeres y niños podría empeorar otros resultados relacionados con la alimentación.
Alrededor de 3.000 millones de personas del mundo carecen de instalaciones básicas para lavarse las manos con agua y jabón en su hogar. En los países menos desarrollados, tres cuartas partes de las personas y más de dos terceras partes de las escuelas no cuentan con los servicios básicos de higiene necesarios para reducir la transmisión de la COVID-19. Como promedio, más de 700 niños menores de cinco años mueren cada día de enfermedades provocadas por la falta de agua, saneamiento e higiene.
Antes de la pandemia, el conflicto, la pobreza, la desnutrición y el cambio climático ya estaban provocando un drástico aumento en el número de niños que necesitaban asistencia. La COVID-19 está empeorando aún más la situación. Sin embargo, aunque podamos sentirnos abrumados por esta realidad, también hay motivos para tener esperanza.
A lo largo de la crisis, UNICEF ha trabajado con sus aliados en la tarea de llegar a cada niño y cada familia para proporcionarles servicios vitales de salud; nutrición; educación; agua, saneamiento e higiene (WASH); así como protección social y contra la violencia por razón de género.